20081209


Otros jerarcas (los «cuatro» Mandamases que dominan la economía mundial) con otros dogmas (la eficiencia y ecuanimidad del mercado como regulador de los flujos de bienes y servicios); otros rituales (consumismo desenfrenado, desprecio del medio natural, trabajo extenuante, TV diaria…); otros dioses (El dinero y el poder); otros premios (El acceso al trabajo para los dóciles, la ambivalente casa con hipoteca a 50 años; Los altos ejecutivos tecnificados se escapan del pelotón bajista de las retribuciones; La financiación a los países en desarrollo por el Banco Mundial si cumplen las normas de apertura de mercados…); otros castigos (La exclusión social por el pecado de rebeldía; La explotación esclavista o la muerte por inanición; La estigmatización del pensador disidente; Las sanciones del 300% por defraudación al fisco; …); con otros sermones (Eficiencia, productividad, especialización, individualismo, privatizaciones…); desde otros púlpitos (TV, radio, diarios, empresa…); con otros catecismos (Legislar para el poderoso o no legislar para dejar que éste campe a sus anchas); con otras guerras santas (Irak, Afganistán, las revueltas entre facciones promovidas por las grandes compañías en busca de riquezas naturales o de campos de ensayo de nuevos armamentos, que asolan África…). Esta nueva religión pretende -y consigue- educar al hombre actual y llevarlo al redil de los acólitos del pensamiento único, así lo haga mediante la intoxicación comunicativa o mediante la declaración de guerra cultural entre civilizaciones. Como toda religión -lo reconozcan o no- los nuevos sumos sacerdotes, los Mandamases, pretenden la aniquilación o fagocitación de las demás corrientes religiosas. Ahora se ataca principalmente al Islam (Por ser enemigos ancestrales del pueblo judío que es el que en la actualidad ha vuelto a dominar la economía mundial) pero cuando esa batalla esté en su fase final empezarán las siguientes contra los llamados caminos de liberación. Se trata de dominar absolutamente el pensamiento de todos y cada uno de los miembros de la especie humana.

La moderna inquisición es una formidable máquina de discriminar, apartar, marginar (Millones de seres humanos no acceden al agua potable, al trabajo digno, a la educación), condenar (Listas negras de grupos políticos disidentes a los que la llamada “Comunidad Internacional” les niega el pan y la sal), secuestrar (La CIA, y otras organizaciones como ella, secuestran gentes de todo tipo y condición, en cualquier lugar del mundo, bajo cualquier bandera, con absoluta impunidad), torturar (Cárceles secretas por toda Europa, guantánamos, Abbu Grahib…), y matar (lluvia de fuego, asedios de hambruna, envenenamientos por enfermedades inducidas: sida, cólera, dengue…). Máquina de una eficacia inusitada como jamás haya existido sobre la faz de la Tierra. Y todo ello en nombre de la

nueva y absoluta VERDAD: la Eficiencia del Mercado.


Extraído de:

CONVERSACIONES FILOSÓFICAS CON MI PAREJA

El ocaso de los liderazgos

Marno Ridao


20081102

John Perkins: «Confesiones de un Asesino Económico a Sueldo»

En su libro Confesiones de un Economic Hit Man, John Perkins [1] describe cómo él mismo, como un profesional muy bien pagado, ayudó a EE.UU. a timar a países pobres alrededor del mundo en trillones de dólares prestándoles más dinero del que ellos podrían alguna vez pagar y para luego hacerse dueño de sus economías.

Hace 20 años, Perkins comenzó a escribir un libro con el efectivo título: «Conciencia de un Economic Hit Man».

Perkins dice, «El libro iba a ser dedicado a los presidentes de dos países, hombres que habían sido sus clientes, a quienes yo respeté y de pensamientos afines -Jaime Roldós, Presidente de Ecuador, y Omar Torrijos, Presidente de Panamá. Los dos murieron en accidentes de aviones. Sus muertes no fueron accidentales. Ellos fueron asesinados porque se opusieron a esa fraternidad de corporaciones, gobiernos y elites bancarias cuya es el imperio global. Nosotros, los Economic Hit Man fallamos en obtener de Roldós y a Torrijos... y otro tipo de Hit Men, los chacales castigadores de la CIA que siempre estaban detrás de nosotros, llevaron a cabo su tarea».

John Perkins sigue en su escrito: «Fui persuadido para detener el libro que escribía. Cuatro veces más lo retomé durante los siguientes veinte años. En cada ocasión, mi decisión para recomenzar fue influida por los eventos del mundo actual: la invasión norteamericana de Panamá en 1980, la primera Guerra del Golfo, Somalía, y el surgimiento de Osama Bin Laden. Sin embargo, las amenazas o sobornos siempre me convencieron que lo detuviera».

Pero ahora Perkins ha publicado finalmente su historia. El libro es titulado Confesiones de un Economic Hit Man. A continuación, una entrevista con el autor.

- Explíquenos este término, el Economic Hit Man, E.H.M., como usted lo llama.

- Básicamente para lo que fuimos entrenados para hacer y lo que era nuestro trabajo fue construir al imperio norteamericano. Para traer, para crear situaciones, en dónde tantos recursos como sea posible, fluyan a este país, a nuestras corporaciones y a nuestro gobierno y de hecho nosotros hemos tenido mucho éxito. Hemos construido el imperio más grande en la historia del mundo.

Se ha llevado a cabo durante los últimos 50 años desde la Segunda Guerra Mundial, realmente con muy poco poderío militar. Sólo en casos raros como Irak dónde el ejército entra como el último recurso. Este imperio, al contrario de cualquier otro en la historia del mundo, se ha construido principalmente a través de la manipulación económica, a través de las estafas, a través del fraude, a través de seducir a los pueblos en nuestro estilo de vida, a través de los Economic Hit Man. Yo fui, seguro, una parte de todo eso.

- ¿Cómo llegó a serlo? ¿Para quien trabajó?

- Inicialmente fui reclutado mientras estaba en la Escuela de Negocios a finales de los sesenta por la Agencia de Seguridad Nacional, la organización de espionaje más grande y menos comprendida de la nación; pero finalmente trabajé para las corporaciones privadas. El primero y realmente Economic Hit Man fue Kermit Roosevelt, nieto de Teddy, a principios de los años 50, quien derrocó al Gobierno de Irán, un gobierno democráticamente elegido, el Gobierno de Mossadegh que fue la persona del año de la revista Time; y tuvo un gran éxito en hacer esto sin gran derramamiento de sangre, aunque hubo alguna pero fue sin intervención militar, simplemente gastó millones de dólares y reemplazó a Mossadegh con el Shah de Irán.

En ese momento, entendimos que esta idea de un Economic Hit Man era sumamente buena. No teníamos que preocuparnos por la amenaza de guerra con Rusia cuando lo hacíamos de esta manera. El problema con eso era que Roosevelt era un agente C.I.A.. Él era un empleado gubernamental. Si le hubiesen cogido, habríamos tenido muchos problemas. Habría sido muy embarazoso. Así que, en ese punto, se tomó la decisión de usar organizaciones como la C.I.A. y el N.S.A. para reclutar a los potenciales Economic Hit Man, como yo, luego enviarnos a trabajar para las compañías consultoras privadas, empresas de ingeniería, empresas de construcción, para que si nos descubrían, no hubiese ninguna conexión con el gobierno.

- De acuerdo. Explíquenos sobre la compañía para la cual trabajó.

- La compañía para la cual trabajé era una compañía llamada Chas. T. Main de Boston, Massachusetts. Éramos aproximadamente 2,000 empleados y llegué a ser el jefe economista. Terminé teniendo cincuenta personas que trabajan para mí. Pero mi trabajo real era hacer tratos. Fue dando préstamos a otros países, grandes préstamos, más grande que lo que ellos podrían rembolsar. Una de las condiciones de los préstamos -digamos de 1 billón de dólares a un país como Indonesia o Ecuador- era que este país tendría entonces que devolver el noventa por ciento de ese préstamo a una compañía o a compañías norteamericanas para construir la infraestructura -a la Compañía Halliburton o a Bechtel. Éstos eran los grandes.

Esas compañías entrarían entonces y construirían un sistema eléctrico o puertos o carreteras y éstos servirían básicamente sólo para unas pocas de las familias más adineradas en esos países. Los pobres en aquellos países serían finalmente atrapados con una asombrosa deuda que ellos posiblemente no podrían rembolsar. Un país hoy en día como Ecuador simplemente debería destinar sobre el cincuenta por ciento de su presupuesto nacional para pagar su deuda. Y realmente no puede hacerlo.

Así que, nosotros los tenemos literalmente encima de un barril. Así, cuando nosotros queremos más petróleo, vamos a Ecuador y decimos, «Pareciera que usted no puede rembolsar sus deudas, por consiguiente entregue su bosque lluvioso Amazónico que está lleno con petróleo a nuestras compañías petroleras». Y hoy estamos entrando y estamos destruyendo los bosques lluviosos del Amazonas, forzando a Ecuador a darnos porque ellos han acumulado toda esa deuda. Así que nosotros hacemos este gran préstamo, la mayoría de él regresa a los Estados Unidos, el país queda con la deuda más un montón en intereses y ellos se transforman básicamente en nuestros sirvientes, en nuestros esclavos. Es un imperio. Es un imperio enorme.

- Usted dice que debido a los sobornos y a otra razones usted no escribió antes este libro. ¿Qué quiere decir con ello? ¿Quién intentó sobornarlo, o cuales fueron los sobornos que usted aceptó?

- Bien, acepté medio millón de dólares de soborno en los años noventa para no escribir el libro.

- ¿De quien?

- De una gran compañía de ingeniería de construcción.

- ¿Cuál?

- Hablando legalmente, no fue un soborno, fui pagado como consultor. Esto es todo muy legal. Pero esencialmente no hice nada. Estaba implícito cuando acepté este dinero como consultor para ellos que yo no tendría que hacer mucho trabajo, pero no debería escribir ningún libro sobre el asunto, por lo cual ellos eran conscientes que estaba en el proceso de escribir este libro que en ese momento yo llamé Conciencia de un Economic Hit Man.

- Bien eso es ciertamente cómo el libro dice.

- Sí, y lo fue, ¿sabe usted? Cuando la Agencia de Seguridad Nacional me reclutó, ellos me pusieron durante todo un día en el detector de mentiras. Averiguaron todas mis debilidades e inmediatamente me sedujeron. Usaron las drogas más fuertes en nuestra cultura, sexo, poder y dinero, para seducirme.

Vengo de una vieja familia de Nueva Inglaterra, Calvinista, empapada en valores morales increíblemente fuertes. Pienso que soy, usted sabe, soy sobre todo una buena persona y realmente pienso que mi historia muestra cómo este sistema y estas drogas poderosas, el sexo, el dinero y el poder, pueden seducir a las personas, porque fui seducido ciertamente.

Y si no hubiese vivido esta vida como un «Economic Hit Man», pienso que me sería difícil creer que alguien hace estas cosas. Y por eso escribí el libro, porque nuestro país realmente necesita entender, si las personas en esta nación entendieran acerca de lo que es realmente nuestra política exterior, acerca de la ayuda al exterior, cómo trabajan nuestras corporaciones, dónde va nuestro dinero de los impuestos, sé que nosotros exigiríamos cambios.

- En su libro, usted habla sobre cómo ayudó a llevar a cabo un esquema secreto que hizo fluir billones de dólares de los petrodólares de Arabia Saudita de vuelta en la economía norteamericana y eso extensamente consolidó la íntima relación entre la Casa Saudí y las sucesivas administraciones norteamericanas. Explíquenos.

- Sí, fue un tiempo fascinante. Recuerdo bien, usted es probablemente demasiado joven para recordar, pero yo recuerdo bien a principios de los años setenta cómo la OPEP ejerció este poder que tenía y redujo los suministros de petróleo. Nosotros teníamos los automóviles en filas en las estaciones de gasolina. El país tuvo miedo que estuviera enfrentando otro crash/depresión tipo año 1929; y esto era inaceptable. Así, ellos -el Departamento del Tesoro me contrató a mi y a unos pocos E.H.M. Fuimos a Arabia Saudita.

- ¿Usted les llama Economic Hit Men -E.H.M.?

- Sí, era un término en tono de burla, como nos llamábamos nosotros mismos. Oficialmente, yo era el economista jefe. Nos llamamos nosotros mismos E.H.M. en tono de burla. Nadie nos creería si les dijésemos esto. Y fuimos a Arabia Saudita a principios de los años setenta. Nosotros sabíamos que Arabia Saudita era la llave para deponer nuestra dependencia o controlar la situación.

Y trabajamos el siguiente trato con la Casa Real Saudita, ellos estarían de acuerdo en enviar la mayoría de sus petro-dólares de regreso a los Estados Unidos e invertirlos en bonos gubernamentales norteamericanos. [Lo que China hoy en día, gracias al multibillonario comercio de bienes fabricados en su territorio y exportados hacia Estados Unidos, está haciendo exactamente. Nota del Editor].

El Departamento del Tesoro usaría el interés de estas bonos para contratar compañías norteamericanas que construirían las nuevas ciudades de Arabia Saudita, la nueva infraestructura -lo cual hicimos. Y la Casa Saudí estaría de acuerdo en mantener el precio del petróleo dentro de límites aceptables para nosotros, lo cual han hecho durante todos estos años y nosotros estaríamos de acuerdo en mantener la Casa Saudí en el poder mientras ellos cumplieran su parte, lo cual nosotros hemos hecho, lo cual es además una de las razones por la que fuimos a la guerra con Irak en primer lugar.

Y en Irak nosotros intentamos llevar a cabo la misma política que tuvo tanto éxito en Arabia Saudita, pero Saddam Hussein no la compró. Cuando los hombres EHM fallan en este escenario, el próximo paso es lo que nosotros llamamos los chacales. Los chacales son de la gente de la C.I.A. que entran e intentan fomentar un golpe o una revolución. Si eso no funciona, realizar los asesinatos o intentan llevarlos a cabo.

En el caso de Irak, ellos no pudieron acabar con Saddam Hussein. Sus guardias personales eran demasiado buenos. Él tenía dobles. No pudieron terminar con él. Así la tercera línea de defensa, si los EHT y los chacales fallan, son nuestros hombres y mujeres jóvenes [del ejército] que son enviados a morir y matar y eso es lo que obviamente hemos hecho en Irak.

- ¿Puede explicarnos cómo murió Torrijos? (Ex presidente de Panamá, restituyó el canal a su país el canal, ndlr.

- Omar Torrijos, el Presidente de Panamá había firmado el Tratado del Canal con Carter -y, sabe usted, pasó en nuestro Congreso por sólo un voto. Fue un asunto muy discutido. Y Torrijos entonces también siguió adelante y negoció con los japoneses para construir un canal a nivel del mar. Los japoneses quisieron financiar y construir un canal a nivel del mar en Panamá.

Torrijos habló con ellos sobre la Corporación Bechtel que estaba muy disgustada, cuyo presidente era George Schultz y Director jefe del Consejo era Casper Weinberger. Cuando Carter fue apartado [y eso es otra interesante historia], cuando perdió las elecciónes, y entró Reagan, Schultz asumió como Ministro de Relaciones Exteriores desde Bechtel y Weinberger vino desde Bechtel para ser Ministro de Defensa, ellos estaban sumamente enfadados con Torrijos -intentaron hacerle renegociar el Tratado del Canal y que no hablara con los japoneses. Él se negó rotundamente.

Él era un hombre de firmes principios, tenía sus problemas, pero era un hombre de principios. Torrijos era un hombre asombroso. Y así..., murió en una caída de avión en llamas que se conectó a una grabadora con explosivos en su interior. Yo había estado trabajando con él. Supe que nosotros los EHM habíamos fallado. Supe que los chacales estaban rodeándolo y... su avión explotó por una grabadora con una bomba en élla. No hay ninguna duda en mi mente que fue la rúbrica de la C.I.A. y la mayoría, muchos investigadores latinoamericanos, llegaron a la misma conclusión. Por supuesto, nunca oímos sobre esto en nuestro país.

- ¿Cuán estrechamente trabajó con el Banco Mundial?

- Mucho, muy estrechamente con el Banco Mundial. El Banco Mundial proporciona la mayoría del dinero que es usado por los EHM, el Banco Mundial y el F.M.I. Pero cuando fue el golpe de Septiembre/11, tuve un cambio en mi corazón. Supe que la historia tenía que ser contada porque lo que pasó en Septiembre/11 es un resultado directo de lo que los EHM están haciendo. Y la única manera que nos vamos a sentirnos seguros nuevamente en este país y que nos vamos a sentir bien con nosotros mismos será si usamos estos sistemas que hemos puesto en el lugar, para crear cambios positivos alrededor del mundo.

Creo realmente que podemos hacer eso. Ayudar auténticamente a los pueblos pobres. Veinticuatro mil personas mueren cada día de hambre. Podemos cambiar eso.

IAR

Transcripción de una entrevista en el programa de Ammy Goodman-democracynow. La entrevista original se encuentra en: www.democracynow.org/


20081028




En 1960, había 80 millones de seres humanos que pasaban hambre en todo el mundo. ¡Un escándalo! En aquella época, Josué de Castro, que ahora cumpliría 100 años, marcaba posición con sus tesis, argumentando que el hambre era consecuencia de las relaciones sociales, no resultado de problemas climáticos o de la fertilidad del suelo.

El capital, con sus empresas transnacionales y su gobierno imperial de Estados Unidos, buscó dar una respuesta al problema: creó la llamada Revolución Verde. Esta constituyó una gran campaña de propaganda para justificar ante la sociedad que bastaba "modernizar" la agricultura, con el uso intensivo de máquinas, fertilizantes químicos y venenos. De esta forma, la producción aumentaría y la humanidad acabaría con el hambre.

Pasaron 50 años, la productividad física por hectárea aumentó mucho y la producción total se cuadruplicó a nivel mundial. Pero las empresas transnacionales se hicieron cargo de la agricultura con sus máquinas, venenos y fertilizantes químicos. Ganaron mucho dinero, acumularon bastante capital y, así, hubo una concentración y centralización de las empresas. Actualmente, no más de 30 conglomerados transnacionales controlan toda la producción y el comercio agrícola mundial.

¿Cuáles fueron los resultados sociales?

Los seres humanos que pasan hambre aumentaron de 80 millones a 800 millones. Sólo en los últimos dos años, a causa de la sustitución de la producción de alimentos por agrocombustibles, de acuerdo con la FAO (Organización de Naciones Unidas para Agricultura y la Alimentación), aumentó en 80 millones más el número de hambrientos. Es decir, ahora son 880 millones.

Nunca la propiedad de la tierra estuvo tan concentrada y hubo tantos migrantes campesinos saliendo del interior hacia las metrópolis y migrando de los países pobres a Europa y Estados Unidos. Solamente en lo que va de año, Europa apresó y extraditó a 200 mil inmigrantes africanos, la mayoría campesinos.

Hay ocho millones de trabajadores agrícolas mexicanos en Estados Unidos. Setenta países del hemisferio sur no logran alimentar a sus pueblos y están totalmente dependientes de las importaciones agrícolas. Han perdido la autosuficiencia alimentaria, perdieron su autonomía política y económica.

Los peor es que, en todos los países del mundo, los alimentos llegan a los supermercados cada vez más envenenados por el elevado uso de herbicidas, provocando enfermedades, alterando la biodiversidad y causando el calentamiento global. Eso acontece porque las empresas transnacionales estandarizaron los alimentos para ganar en escala y rentas. Los alimentos deben ser producidos de acuerdo con la naturaleza, con la energía del hábitat.

La comida no puede ser estandarizada, puesto que forma parte de nuestra cultura y de nuestros hábitos. Ante esto, ¿cuál es la salida? El Estado, en nombre de la sociedad, debe desarrollar políticas públicas para proteger la agricultura, priorizando la producción de alimentos. Cada municipio, región y pueblo necesitan producir sus propios alimentos, que deben ser sanos y para todos. Así nos enseña toda la historia de la humanidad. La lógica del comercio e intercambio de los alimentos no puede basarse en las reglas del libre mercado y en el lucro, como pretende imponer la Organización Mundial de Comercio (OMC).

Por ello, consideramos a la alimentación un derecho de todo ser humano, y no una mercancía, como, además, ya defiende la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Cada pueblo y todos los pueblos deben tener el derecho de producir sus propios alimentos. Eso se llama soberanía alimentaria. No basta dar ayuda alimenticia esencial, dar el pescado. Eso es seguridad alimentaria, pero no es soberanía alimentaria. ¡Es necesario que el pueblo sepa pescar!

En Brasil, con un territorio y condiciones edafoclimáticas tan propicias, no tenemos soberanía alimentaria. Importamos muchos alimentos del exterior y entre las regiones del país. Incluso en nuestras "ricas" metrópolis, el pueblo depende de programas asistenciales del gobierno para alimentarse. La única solución es fortalecer la producción de los campesinos, de los pequeños y medianos agricultores, que demandan mucha mano de obra y tienen conocimiento histórico acumulado.

La llamada agricultura industrial es predadora del ambiente, sólo produce con herbicidas. Es insostenible a largo plazo. Por ello, en este 16 de octubre, Día Mundial de la Alimentación, las organizaciones campesinas, movimientos de mujeres, ambientalistas y consumidores haremos manifestaciones en el todo el mundo para denunciar problemas y presentar propuestas para que la humanidad, al fin, resuelva el problema del hambre en el mundo. (Traducción: ALAI)

- João Pedro Stédile, economista, es integrante de la coordinación nacional del MST y de la Vía Campesina , y D. Tomás Balduino, obispo emérito de la Diócesis de Goiás, es consejero permanente de la CPT (Comisión de la Pastoral de Tierra), órgano vinculado a la CNBB (Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil).

Más información: http://alainet.org

20081004



Papeles de relaciones ecosociales y cambio global/Kaos en la Red

Los dos temas que más entusiasmo polémico suscitan entre los estudiantes en estos años, son el papel de los medios de comunicación en las democracias representativas y la idea de decrecimiento.


I

En los cursos que vengo impartiendo en la universidad sobre controversias ético-políticas en el mundo contemporáneo he tenido la oportunidad de comprobar que los dos temas que más entusiasmo polémico suscitan entre los estudiantes de humanidades y ciencias sociales, en estos últimos años, son el papel de los medios de comunicación en las democracias representativas y la idea de decrecimiento. Si lo primero es fácilmente explicable al tratarse de un tema que está en la calle, el entusiasmo por la controversia acerca del decrecimiento es en cierto modo una sorpresa, ya que el término decrecimiento es relativamente reciente y la literatura existente en nuestro país al respecto es todavía bastante limitada. Pero, por lo que he podido ver y escuchar, la idea de decrecimiento suscita tanta simpatía como escepticismo la posible aplicación práctica de la misma.

La simpatía observada proviene, sin ninguna duda, del aumento de la conciencia medioambiental entre los jóvenes, siempre por comparación con las generaciones inmediatamente anteriores. Y el escepticismo que provoca la puesta en práctica de la idea de decrecimiento viene, en cambio, de la desconfianza, también en aumento, que existe hoy en día respecto de los agentes políticos y sociales que tendrían que materializarla; en muchos casos este escepticismo se expresa a través de una sospecha más profunda, que se suele manifestar de la manera drástica, a saber: que, siendo una buena idea, esta del decrecimiento, choca con lo que algunos llaman naturaleza humana y otros condición humana históricamente configurada por la civilización europea moderna. De ahí brota una afirmación, que he escuchado muchas veces, según la cual el decrecimiento es una utopía en el sentido peyorativo de la palabra, una ilusión irrealizable.

Creo que el contraste existente entre aquel entusiasmo y este escepticismo merece una reflexión.

Aunque la palabra decrecimiento se ha empezado a popularizar hace relativamente poco tiempo, la idea no es del todo nueva. Se la puede considerar como una variante radical de la idea de crecimiento cero o de la propuesta de detención del crecimiento, surgidas ambas al calor de las discusiones sobre la crisis ecológica hace más de treinta años. La idea de frenar o detener lo que se venía llamando crecimiento en las sociedades industriales autodenominadas avanzadas estuvo directamente relacionada con la observación en curso de las nefastas consecuencias que el tipo de crecimiento económico cuantitativo estaba produciendo en el entorno medioambiental. Ya a finales de la década los sesenta algunos ecólogos y científicos sensibles empezaron a divulgar la observación de que las llamadas fuerzas productivas se estaban convirtiendo de hecho en fuerzas destructivas o biocidas, con lo que el modelo de crecimiento imperante en las principales potencias del mundo bipolar de entonces iba a acabar poniendo en peligro la base natural de mantenimiento de la vida misma sobre el planeta Tierra.

A partir de esta observación, y precisamente como forma de hacer frente a la crisis ecológica que se venía venir, brotó en los inicios de la década siguiente la idea de frenar o detener el crecimiento. Es significativo que esa idea pasara ya al título mismo de la versión francesa del primero de los informes al Club de Roma. Se puede expresar así: si hemos de reconocer que hay límites naturales al crecimiento económico que hemos conocido en los últimos siglos, lo razonable, para evitar el riesgo de crisis ecológica, es actuar en consecuencia y frenar, parar o detener ese tipo de crecimiento económico de la misma manera que habría que detener el crecimiento urbanístico desordenado que hace inhabitables nuestras ciudades y contribuye a destruir su medio ambiente natural.

Pero la mayoría de los gobiernos de entonces (y también la mayoría de los medios de comunicación) trataron de quitar hierro al asunto de la crisis ecológica y consideraron "catastrofistas" o "apocalípticas" las, por otra parte, moderadas conclusiones del análisis de los científicos informados y de las primeras organizaciones ecologistas. Gobiernos y medios incluso ironizaron frecuentemente a su costa. Al tratar de las propuestas encaminadas a detener el crecimiento, y no digamos al ocuparse de la noción de crecimiento cero, aquellos gobiernos y los medios de comunicación vinculados a ellos pasaron de la ironía al insulto.

Las hemerotecas de todos los países están plagadas de manifestaciones de dirigentes políticos, parlamentarios y periodistas en este sentido. La consecuencia fue que por entonces apenas se hizo nada para detener el tipo de crecimiento biocida. Y sin embargo, por una de esas paradojas que son habituales en la historia, mientras se estaba ridiculizando a los partidarios de detener aquel tipo de crecimiento desordenado y biocida, los principales indicadores del crecimiento de las economías dominantes en las grandes potencias empezaron a descender, rozando el cero, como consecuencia de la crisis del petróleo. En vez de reflexionar sobre el sentido de la paradoja, los gobiernos desarrollistas y las grandes instituciones internacionales, inspirados en la teoría económica standard y con una orientación predominantemente neo-liberal (aunque no sólo) prefirieron salirse por la tangente. Ya entonces se argumentó en los medios oficiales que la idea de detener el crecimiento era una utopía y se reafirmó con ello la confianza en las mismas tecnologías que estaban en la base del peligro.

Hubo que esperar otra década más para que las instituciones internacionales acabaran reconociendo la gravedad del peligro, aceptaran la crítica a la noción de crecimiento establecida por la teoría económica imperante y empezaran a hablar de desarrollo sostenible. Como se sabe, esta otra idea aparece por primera vez en el documento titulado Nuestro futuro común, que fue elaborado en 1987 por la entonces Primera Ministra de Noruega, Gro Harlem Brundtland. En este documento se definía como sostenible “aquel desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. La definición recogía lo que desde algunos años antes se venía diciendo ya en la Comisión Mundial de la ONU sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo y con ella se aceptaba, indirectamente al menos, parte de las razones aducidas desde veinte años antes por científicos informados y economistas críticos.

De acuerdo con esta filosofía, la sociedad habría de ser capaz de satisfacer sus necesidades en el presente respetando el entorno natural y sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas. A partir de ahí se fueron asentando los principios básicos de lo que empezó a denominarse desarrollo sostenible, poniendo el acento, al menos en un principio, en la vertiente ambiental del mismo. En líneas generales estos principios básicos, que concretan la ambigüedad de la definición dada en Nuestro futuro común, y en el resumen que hizo en su momento Jorge Riechmann, son: a) consumir recursos no-renovables por debajo de su tasa de substitución; b) consumir recursos renovables por debajo de su tasa de renovación; c) verter residuos siempre en cantidades y composición asimilables por parte de los sistemas naturales; d) mantener la biodiversidad; y e) garantizar la equidad redistributiva de las plusvalías.

Lo que más llama la atención al analizar el proceso histórico que ha conducido desde la crítica al tipo de crecimiento standard al reconocimiento oficial de la idea de desarrollo sostenible es el lapso de tiempo que se ha necesitado, sobre todo si lo comparamos con la brevedad del lapso de tiempo que ha sido necesario para pasar, por ejemplo, de algunos de los descubrimientos básicos en biología molecular a sus aplicaciones tecnológicas. Ya es sintomático que se tardara mucho menos en deshacer lo que se aprobó en la célebre reunión de Asilomar (liquidando una línea de prudente moratoria en el ámbito de la ingeniería genética) que en aceptar oficialmente las consecuencias de la idea de sostenibilidad. Sintomático porque revela el dominio del optimismo tecno-científico frente a los razonables llamamientos a la prudencia y a la aplicación del principio de precaución.

Pero la cosa es aún peor cuando se observa que, de hecho, la idea misma de desarrollo sostenible ni siquiera es respetada, al cabo de los años, por los principales gobiernos, y que el camino hacia la aplicación de los acuerdos de Kyoto ha estado plagado de obstáculos y zancadillas por parte de los mismos gobiernos que decían defender la idea de desarrollo sostenible.

Es en este contexto en el que ha cobrado fuerza la idea de decrecimiento, que, insisto, con esa perspectiva histórica, se puede interpretar como una radicalización de la noción de crecimiento cero, propuesta en su momento para hacer frente a las primeras manifestaciones de la crisis ecológica. Y se comprende que así haya sido porque treinta años después de las primeras denuncias de la crisis ecológica la situación medioambiental del planeta es manifiestamente peor que la que existía cuando de lo que se hablaba era sobre todo de contaminación de la atmósfera, mares, ríos, lagos y ciudades. La sucesión de catástrofes medioambientales que se han producido desde entonces y el análisis de los efectos previsibles del cambio climático y del calentamiento global han llevado a que, hoy en día, algunas personalidades próximas a las instituciones estén proponiendo medidas de contención parecidas a las que proponían hace muchos años los primeros denunciantes de la crisis. Sólo que, mientras tanto, las personas mejor informadas no han dejado de insistir en que el peligro de crisis ecológica global aumentaba por lo que ya no caben parches calientes.

II

Esto último, o sea, la convicción de que ya no caben parches calientes, es lo que está en el transfondo del paso de la idea de crecimiento cero a la idea de decrecimiento para hacer frente a la crisis medio-ambiental. Para decirlo plásticamente: ya no basta con echar el freno al móvil; hay que poner la marcha atrás para evitar el abismo. Eso es lo que se deduce al menos del desarrollo reciente de la idea de decrecimiento impulsada por autores como Serge Latouche, Vincent Cheynet, François Schneider, Paul Ariés o Mauro Bonaiuti, la mayoría de los cuales suele citar, entre sus fuentes de inspiración, la bioeconomía de Georgescu-Roegen1, quien, entre otras cosas, distinguió hace ya tiempo entre “alta entropía” (o energía no disponible para la humanidad) y “baja entropía” (o energía disponible).

Es cierto que algunos de estos teóricos, como por ejemplo Clémentin y Cheynet, parecen asumir como objetivo del decrecimiento que llaman sostenible una definición de sostenibilidad muy parecida a la que se daba en el Informe Brundtland, de manera que podría pensarse que, al menos en teoría, no hay demasiada diferencia entre las nociones de desarrollo sostenible y decrecimiento. Pero concluir eso sería tergiversar el pensamiento de los autores mencionados, los cuales insisten en que, en la práctica de los gobiernos, las nociones de crecimiento y desarrollo son intercambiables. Para precisar más al respecto estos autores distinguen entre decrecimiento “sostenible” e “insostenible” o caótico. Y aducen que un ejemplo de decrecimiento caótico o insostenible es el que ha tenido lugar en Rusia desde 1990, como consecuencia de la desindustrialización no buscada o deseada. A partir de ese ejemplo, y de su critica, se puede equiparar el decrecimiento “sostenible” a economía sana, entendiendo por tal un tipo de decrecimiento que, en sus palabras, no habría de generar “una crisis social que pusiera en cuestión la democracia y el humanismo". Habrá que volver sobre esto.

Otros teóricos del decrecimiento todavía han matizado más a la hora de distinguir entre “desarrollo sostenible” y “decrecimiento”; y también matizan a la hora de aducir razones a favor de este último. Así, por ejemplo, Serge Latouche, después de llamar la atención acerca de la multiplicidad de acepciones en que ha venido empleándose la expresión “desarrollo sostenible” desde que apareció en el Informe Brundtland, declara a continuación que el desarrollo sostenible es como el infierno, que está empedrado de buenas intenciones. Para Latouche, “desarrollo” se ha convertido “una palabra tóxica” o, como dirían los teóricos de la Escuela de Frankfurt, "deshonrada", porque cuando se engancha el adjetivo sostenible al concepto de desarrollo lo que en realidad se está haciendo es no poner en cuestión el tipo de desarrollo actualmente existente sino simplemente añadir un componente ecológico espureo. Según él, es más que dudoso que eso baste para resolver los problemas a los que hay que hacer frente en la actualidad.

Desde este punto de vista, la reivindicación de la bioeconomía de Georgescu-Roegen vendría a oponerse, precisamente por el carácter radical de la misma, al ecologismo meramente reformista que sigue defendiendo el concepto de “desarrollo”. Se sugiere así que en el mundo actual hay ya ecologismos de distintos tipos y que el decrecimiento es necesario para un ecologismo consecuente, pues no podemos seguir produciendo refrigeradores, coches o aviones a reacción mejores y más grandes sin producir al mismo tiempo también residuos "mejores" y más grandes. Lo que significa, como afirmaba Georgescu-Roegen, que el proceso económico es de naturaleza entrópica.

Y siendo eso así, ¿qué tipo de economía oponer a las economías aún dominantes? Lo que los teóricos del decrecimiento llaman economía sana o decrecimiento sostenible se basaría en el uso de energías renovables (solar, eólica y, en menor grado, biomasa o vegetal e hidráulica) y en una reducción drástica del actual consumo energético, de manera que la energía fósil que actualmente se utiliza quedaría reducida a usos de supervivencia o a usos médicos. Esto implicaría, entre otras cosas, la práctica desaparición del transporte aéreo y de los vehículos con motor de explosión, que serían sustituidos por la marina a vela, la bicicleta, el tren y la tracción animal; el fin de las grandes superficies comerciales, que serían sustituidas por comercios de proximidad y por los mercados; el fin de los productos manufacturados baratos de importación, que serían sustituidos por objetos producidos localmente; el fin de los embalajes actuales, sustituidos por contenedores reutilizables; el fin de la agricultura intensiva, sustituida por la agricultura tradicional de los campesinos; y el paso a una alimentación mayormente vegetariana, que sustituiría a la alimentación cárnica.

En términos generales todo esto representaría, en suma, un cambio radical de modelo económico, o sea, el paso a una economía que, en palabras de los teóricos del decrecimiento, seguiría siendo de mercado, pero controlada tanto por la política como por el consumidor. La economía de mercado controlada o regulada tendría que evitar todo fenómeno de concentración, lo que, a su vez, supondría el fin del sistema de franquicias; potenciaría el fomento de un tipo de artesano y de comerciante que es propietario de su propio instrumento de trabajo y que decide sobre su propia actividad. Se trataría, pues, de una economía de pequeñas entidades y dimensiones, que, además -- y esto es otro punto fuerte de la actual teoría del decrecimiento-- no tendría que generar publicidad. Esto pasa por ser una conditio sine qua non para el descrecimiento sostenible. La producción de equipos que necesita de inversión sería financiada por capitales mixtos, privados y públicos, también controlados desde el ámbito político. Y el modelo alternativo introduciría, además, la prohibición de privatizar los servicios públicos esenciales (acceso al agua, a la energía disponible, a la educación, a la cultura, a los transportes públicos, a la salud y a la seguridad de las personas).

La economía del decrecimiento estaría orientada hacia un comercio justo real para evitar así la servidumbre, las nuevas formas de esclavitud que se dan en el mundo actual y el neocolonialismo. En la mayoría de las aproximaciones recientes a la idea de decrecimiento se postula que éste tendría que organizarse no sólo para preservar el medio ambiente sino también para restaurar aquel mínimo de justicia social sin el cual el planeta está condenado a la explosión, porque supervivencia social y supervivencia biológica están siempre interrelacionadas.

III

He dicho ya en el punto anterior que algunos de los teóricos del decrecimiento se curan en salud descartando un decrecimiento caótico o no deseado como el que produjo en Rusia después de 1990 y que al mismo tiempo postulan un tipo de decrecimiento que no tendría que generar “una crisis social que pusiera en cuestión la democracia y el humanismo". Con ello entramos en el debate sobre las utopías realizables.

Lo primero que habría que decir al respecto es que, en sus formulaciones más inteligentes y elaboradas, la idea de decrecimiento no se presenta como un mero concepto sin conexión con la praxis socio-política, pero tampoco como un programa definido para la construcción de alternativas a las sociedades de crecimiento, como un programa político cerrado, como una receta o como una panacea.. Ni siquiera se presenta como un ideal en sí o como el objetivo único para las sociedades que han de salir de la ideología del crecimiento. El decrecimiento aparece más bien, en esas formulaciones, como un horizonte, como el horizonte aglutinador frente a la imposibilidad material del crecimiento que conocemos y frente a la insostenibilidad de nuestro modelo actual de desarrollo. Lo que dice Mauro Bonaiuti, por ejemplo, es que la idea de decrecimiento puede llegar a convertirse en algo así como un horizonte interpretativo largamente compartido en el ámbito de las alternativas (en plural) al capitalismo global.

Este planteamiento permite concretar un poco más. De la misma manera que la defensa del crecimiento no implica que todo tenga que crecer, así también la admisión de la idea de decrecimiento tampoco implica que todo tenga que decrecer. Lo que se propone que disminuya, en el momento y en la situación actuales, es el consumo de materia y energía, o sea, principalmente lo que se llama producto interior bruto. La idea de decrecimiento apunta, pues, a la producción y reproducción de valor y felicidad en las sociedades humanas reduciendo en ellas de una manera progresiva la utilización de materia y energía. Se descarta que eso sea un objetivo alcanzable por la vía exclusiva de la tecnología, se dan pistas para hacer frente al reto en el ámbito de las tecnologías alternativas y se reafirma la conciencia de las contradicciones que hemos de superar. En última instancia, todo eso implica, obviamente, un cambio radical en la forma de producir, de consumir y de vivir, una nueva forma de organizarnos social y económicamente.

Por ahí enlaza la idea de decrecimiento con las utopías sociales anteriores en la historia de la humanidad, particularmente con aquellas que tomaron sus distancias respecto del crecimiento indefinido de las fuerzas productivas, como sugiere la propuesta de Serge Latouche cuando éste resume expectativas de muchos y vías que ya se están prospectando colectivamente: primar la cooperación y al altruismo sobre la competencia y el egoísmo; revisar nuestra manera de conceptualizar la pobreza y la escasez; adaptar las estructuras económicas a la medida del ser humano, en lugar de hacer entrar con calzador al ser humano en estructuras económicas impuestas; redistribuir el acceso a los recursos naturales y a la riqueza; limitar el consumo a la capacidad de carga de bioesfera; potenciar los bienes duraderos; conservar, reparar y reutilizar los bienes para evitar el consumismo; potenciar la producción a escala local y en un sentido sostenible; primar los cultivos agro-ecológicos, etc.

Los teóricos del decrecimiento no sólo vinculan la bioeconomía inspirada por Geoergescu-Roegen a la crítica de la teoría económica standard sino también al ecologismo social o socio-político. Y en ese sentido no ignoran las dificultades que actualmente existen para la aplicación de las medidas que proponen en el mundo de los ricos, puesto que éstas representarían un giro hacia la frugalidad, la sobriedad, la austeridad y la contención de los consumos. Pero en lugar de poner el acento en aseveraciones abstractas y reiterativas acerca de la naturaleza o la condición humana o de quedarse en la idea de que el ser humano sólo ha aprendido históricamente por choque directo con la realidad, se fijan mayormente en las resistencias reales que opondrán al decrecimiento los sectores actualmente más favorecidos.

De ahí que estén aduciendo a favor de la propuesta por una parte datos y por otra una nueva filosofía. Datos del tipo siguiente, a saber: que ahora mismo el 80% de los humanos vive sin automóvil, sin refrigerador y sin teléfono; que el 94% de los humanos no ha viajado nunca en avión; que la tercera parte de la población norteamericana y una parte creciente de la población de la Unión Europea es obesa y que una dieta mejor y más austera sería mejor solución para resolver ese problema que aumentar el gasto dedicado a investigar sobre el gen de la obesidad, como actualmente se hace. La filosofía alternativa o la sabiduría de la vida que se postula viene a decir que el bien y la felicidad se pueden obtener con un coste económico-ecológico menor y con la contención de las necesidades

Algunos autores partidarios del decrecimiento, como el ya citado Mauro Bonaiuti, economista de la Universidad de Módena, admiten que la denominada economía ligera o el capitalismo on line de hoy, basado en las tecnologías informáticas, a diferencia del industrialismo fondista, está en condiciones de producir renta con menos recursos naturales. A pesar de lo cual, no creen que estas nuevas tecnologías (u otras por venir) sean sustitutivas o vayan a resolver el problema. Bonaiuti matiza, eso sí, la relevancia de la aplicación de las leyes de la termodinámica, y en particular de la ley de entropía, a la economía, al proceso económico. Lo ha hecho en estos términos: “Defender el decrecimiento –en términos de cantidades físicas producidas—corre el peligro de ser interpretado como una eutanasia del sistema productivo, lo que privaría de un consenso necesario a la vía de la economía sostenible”.

Ya con esto se suscita una interesante controversia sobre dónde poner los acentos a la hora de elaborar una política económico-ecológica alternativa: si únicamente en una fuerte reducción del consumo o más bien en una revisión profunda de las preferencias. Frente a otros partidarios del decrecimiento Bonaiuti argumenta que con la actual distribución de las preferencias la reducción drástica del consumo provocaría malestar social, desocupación y, en última instancia, el fracaso de la política económico-ecológica alternativa. Propugna, en consecuencia, desplazar los acentos hacia lo que llama “bienes relacionales” (atenciones, cuidados, conocimientos, participación, nuevos espacio de libertad y de espiritualidad, etc.) y hacia una economía solidaria. Se entiende, pues, que el decrecimiento material tendría que ser un crecimiento relacional, convivencial y espiritual. Lo que en cierto modo daría respuesta a la preocupación acerca del futuro de la democracia y el humanismo en el horizonte del descrecimiento.

Todo esto trae a la memoria aquello que Bloch llamaba utopía concreta para diferenciarla de la utopía abstracta: la utopía realizable como horizonte. El horizonte sería, en este caso, la sostenibilidad ambiental y la justicia social, lo cual no precisa de una respuesta técnica sino más bien política y filosófica: cambios profundos en el tejido cultural de nuestras sociedades. Conviene subrayar aquí la presentación que se está haciendo de la noción de decrecimiento como una necesidad, y no como mero ideal, sobre todo porque, en principio, la palabra misma puede funcionar como un mero negativo del crecimiento. Pues si ha ocurrido en el pasado reciente que el crecimiento cero (o casi cero) y el decrecimiento caótico se produjeron históricamente sobre la base de políticas económicas neo-liberales, sin control estatal o por desorganización completa del estado, habría que llegar a la conclusión de que la peor de las utopías, la más negativa, es precisamente la política económica que se ha estado presentando a sí misma como la más "realista".

De donde se sigue, una vez más, que la utopía posible, el buen lugar potencialmente realizable, el horizonte al que acercarse, se alcanzará, también esta vez, a partir de la crítica de la crítica y cuando ésta se haya consolidado. O dicho con otras palabras: si hay una utopía concreta que se puede prospectar y esa utopía es el descrecimiento, entonces cualquier aproximación a ella (y nos va mucho en el asunto) pasa por conocer los caminos que conducen al infierno (el crecimiento tóxico, que se dice) para evitarlos.

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* Publicado en el nº 100 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, Madrid, 2008.


20080909

Editorial Gara
Periódicamente, con motivo de reuniones o cumbres de organismos internacionales o países ricos, suena la voz de alarma respecto a la trágica situación de miseria de buena parte de los habitantes del planeta. El hambre, las enfermedades, los desastres ecológicos son calamidades con las que éstos han de convivir. Y esa situación, que dichos organismos y países una y otra vez se comprometen a afrontar, persiste como si fuese inevitable y, al escuchar a los líderes y a los responsables económicos mundiales, da la impresión de que hubiera surgido per se, o del mismo modo que se origina un huracán o una tromba de agua. Y no es casualidad que la retórica de aquéllos conduzca a asociarla con esos fenómenos naturales, habida cuenta de que a nadie se le le suele hacer responsable de ellos.

La brutal subida de los precios de los últimos años ha desembocado este año en el peligro de muerte por inanición de nada menos que cientos de millones de personas. Primero fueron el petróleo y los metales, y posteriormente los alimentos básicos. Los precios de productos como el trigo y el arroz se duplicaron en un año. En las explicaciones que sobre las causas de esa desmedida subida de precios ofrecen los «expertos» no acostumbran a dar datos falsos, pero sí a ocultar algunos, los más esclarecedores, y evitar que salgan a la luz responsabilidades.

La disminución de la producción de cereales en países abastecedores debido a irregularidades climáticas, el aumento del precio del petróleo y, por tanto, del transporte y, en consecuencia, de la propia mercancía o la cada vez mayor demanda de países asiáticos, especialmente China e India, son, efectivamente, causas del alza de los precios de los alimentos. Ahora bien, las grandes empresas del sector no están al margen de esa alza, toda vez que su apuesta fue encarecer los cereales y lograr que los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Europea subvencionasen la producción de agrocombustibles con el «noble» objetivo de garantizar el abastecimiento de energía de esos países. La consecuencia inmediata, más devastadora que el clima que limita la producción de cereales en Ucrania, fue la utilización de gran parte de productos alimenticios básicos en la industria de los agrocombustibles, con la consiguiente notable disminución de la oferta y la no menos notable subida de los precios. El propio Banco Mundial se hizo eco de esta lamentable constatación, si bien no llegó a publicar su informe, dejando constancia de sus buenos servicios, los que presta a su amo estadounidense.

Ésas son las prioridades del mundo desarrollado, capitalista, que crea multitud de asociaciones humanitarias para con su limosna justificar su inacción frente a las catástrofes humanas, que osa autodenominarse solidario mientras no tiene la más mínima voluntad de solucionar un enorme problema porque, en primer, lugar, éste le procura suculentos negocios, y cuyos gobiernos participan y subvencionan la rapiña con dinero público.

Pero hay más factores que intervienen en la subida de precios de los alimentos, igualmente relacionados con la falta de escrúpulos, como es la especulación, en este caso a costa de la única posesión, la vida, de una parte importante de la Humanidad. Especulación procedente del sector inmobiliario cuando comenzó la crisis de las hipotecas subprime. Y resulta inevitable la observación de que tanto en un sector como en el otro, en el inmobiliario como en el agrario, se especula con los derechos de las personas, derechos que se supone deberían estar garantizados, tal y como proclama la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Neoliberalismo o riqueza a costa de pobreza y muerte de muchos

Mientras, organismos como El Banco Mundial y el FMI ponen trabas al desarrollo de los países más empobrecidos, haciendo competir a pequeños productores contra multinacionales, limitando e incluso anulando la capacidad de autoabastecimiento, creándoles una dependencia absoluta de los mercados mundiales.

La pobreza, el hambre, las enfermedades de tantos y tantos seres humanos son una terrible realidad, más o menos lejana geográficamente, que de vez en cuando se cuela por la ventana del televisor o del periódico para perturbar la tranquilidad de los hogares donde la experiencia de hambre no va más allá de un ayuno ocasional por prescripción médica. Pero, en efecto, no son un desastre natural, sino algo peor, provocado, consentido y favorecido por gobiernos que consideran personas ilegales a quienes huyendo de tanta miseria cierran las puertas y crean leyes para castigar a quien tenga la osadía de intentar salvarse y salvar a los suyos.

Por supuesto que hay alternativa para evitar ese tipo de catástrofes humanitarias, y son las propias organizaciones campesinas quienes la propugnan. La soberanía alimentaria, que asegura la autosuficiencia, las evitaría, pero para ello es indispensable la producción de alimentos en sistemas de diversificación. Sin embargo, los organismos que dicen ayudar a los países empobrecidos, les imponen un sistema económico que facilita esa rapiña y sus trágicas consecuencias.

Ésa es la cara que el neoliberalismo intenta no mostrar, pero la más real.

Noticia relacionada:

Repaso de las causas de la crisis alimentaria mundial
Damien Millet y Eric Toussaint

(http://www.rebelion.org/noticia.php?id=71754)


20080903

Traducido para Rebelión por Chelo Ramos

Cada vez hay más pruebas del avance del totalitarismo en las corrientes políticas y mediáticas dominantes. Todo el mundo occidental, dirigido por USA, ha apoyado al régimen de Georgia que invadió Osetia del Sur y prácticamente destruyó su capital donde habitan 50.000 personas, asesinó a 1.500 hombres, mujeres y niños, y a docenas de miembros de las fuerzas de paz rusas. USA moviliza una flota naval y aérea hacia las costas de Irán en preparación para el aniquilamiento de un país de 70 millones de habitantes. The New York Times publica un artículo de opinión de un prominente historiador israelí que apoya la incineración nuclear de Irán. Los principales medios de comunicación han orquestado una campaña sistemática de propaganda contra China, en la que apoyan a todos los grupos terroristas y separatistas, e incitan a la opinión pública a favorecer el inicio de una nueva Guerra Fría. No hay duda de que esta nueva ola de agresión imperial y de retórica bélica pretende desviar el descontento local y distraer a la opinión pública de la crisis económica que cada día se profundiza más.

El Financial Times (FT), otrora la voz liberal, ilustrada, de la elite financiera (en contraste con el agresivamente neoconservador Wall Street Journal), se ha rendido ante la tentación totalitaria-militarista. El artículo principal del suplemento del fin de semana del 16/17 de agosto de 2008, “La cara del 11/9”, contiene las declaraciones de un sospechoso de los atentados del 11 de septiembre que fueron obtenidas por la fuerza a lo largo de cinco años de horribles torturas en los confines de prisiones secretas. Como apoyo de sus argumentos, el FT publica una fotografía ampliada de media página que había sido circulada anteriormente por el ex director de la CIA George Tenet, en la que puede verse a un prisionero encorvado, desaliñado, aturdido y peludo. Así lo reseña el texto del escritor, un tal Demetri Sevastopulo. El FT reconoce que actúa como vehículo de propaganda de un programa de la CIA para desacreditar al sospechoso mientras lo juzgan con base en confesiones obtenidas mediante tortura.

De principio a fin, el artículo afirma de manera categórica que el principal acusado, Khaled Sheikh Mohammed, es “el responsable confeso de los ataques del 11 de septiembre.” La primera mitad del artículo está llena de trivialidades, concebidas para darle un toque de interés humano al tribunal y al procedimiento, una extraña mezcla de comentarios que van de la nariz de Khaled al tamaño de la sala.

El punto de partida del FT para condenar al sospechoso es la confesión de Khaled, su “deseo de convertirse en mártir”, el hecho de que haya asumido su propia defensa y de que recite el Corán. El fundamento del caso del gobierno es la confesión de Khaled. Todas las otras “pruebas” eran circunstanciales, rumores, basadas en inferencias derivadas de la participación de Khaled en reuniones en el exterior. La principal fuente de información del FT, un informante anónimo “familiarizado con el programa de interrogación de la CIA”, afirma categóricamente dos hechos cruciales: (1) lo poco que la CIA sabía acerca de Khaled antes de su detención y (2) que Khaled resistió a la tortura más tiempo que otros.

En otras palabras, la única prueba real de la CIA fue arrancada mediante tortura (la CIA admitió haberle aplicado el “submarino”, una técnica infame de tortura que produce sensación de muerte por ahogo). El hecho de que Khaled haya negado repetidamente las acusaciones y que sólo haya confesado después de haber sufrido cinco años de torturas en cárceles secretas, convierte a este juicio en un modelo de estudio de jurisprudencia totalitaria. No es de extrañar que después de haber sido sometido a torturas atroces por los investigadores judiciales de USA y de enfrentar acusaciones basadas en una confesión extraída mediante tortura, Khaled haya rechazado el abogado militar nombrado por el tribunal, un abogado que forma parte de un sistema de cárceles secretas, torturas y juicios con fines propagandísticos. En lugar de considerar a Khaled como un fanático que quiere convertirse en mártir porque rechaza un abogado, debemos reconocer su lucidez al tratar de preservar al menos el limitado espacio en el que se le permite expresar sus creencias y su deseo de morir por esas creencias.

Las confesiones obtenidas mediante tortura no tienen validez en ningún tribunal, especialmente si el prisionero ha estado cinco años incomunicado. La persona que el FT denomina “el superterrorista” basándose en su “deseo de convertirse en mártir”, es una persona que ha sufrido mucho más de lo que puede resistir un ser humano y que quiere la muerte para poner fin a esa horrible existencia infrahumana.

El hecho de que el FT acepte las pruebas obtenidas por la CIA y el ejército mediante coerción coloca a ese periódico en el campo de los que están de acuerdo con el estado totalitario. El giro a la derecha del FT refleja la posición de Europa a favor de la confrontación militar de USA con Rusia y de la carrera armamentista en Polonia, la República Checa, Kosovo, Iraq y Georgia. Al legitimar la tortura, el FT permite que las prácticas judiciales totalitarias, las detenciones arbitrarias, las cárceles secretas, la incomunicación prolongada de prisioneros, la tortura, los juicios propagandísticos y los artículos periodísticos utilizados como tapadera, se conviertan en parte normal de la vida política de occidente. El refinado fascismo inglés es tan feo como su vulgar versión de USA.

El libro más reciente de James Petras se titula Zionism, Militarism and the Decline of US Power (Clarity Press, 2008).

Chelo Ramos es miembro de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.

20080724

Lo que está ocurriendo actualmente con la prensa nacional e internacional merece ser denunciado. El periodismo independiente se encuentra en estado de coma profundo. Este ha dejado de ser un servicio para el ciudadano, que debe informar sobre temas de importancia y de interés general, para convertirse en una ventana más de explotación de los bienes y servicios de las empresas privadas.

Ya resulta bochornosa la cantidad de páginas de publicidad que dedica la prensa gratuita, casi dejando en segundo plano a la información. Pero un fenómeno preocupante que va en aumento es la publicidad encubierta (o no) dentro de una misma noticia. Así, la frontera entre publicidad e información se diluye de forma alarmante.

El ejemplo más claro está en el lanzamiento del nuevo teléfono de la compañía privada Apple, iPhone, que demuestra como este fenómeno ha llegado a su punto más álgido, gracias al colaboracionismo entre la prensa mundial y el Gran Capital.

Estos días, infinidad de diarios, radios y televisiones en todo el mundo están promocionando la salida al mercado del nuevo teléfono móvil de última generación de la empresa privada Apple. Pero no lo están haciendo en sus páginas de publicidad, sino en el cuerpo de noticias.

Esta promoción de un producto de una empresa privada no tiene justificación alguna, tan solo responde a intereses económicos.

El diario El País, dedica un titular que incita a la compra directa de dicho producto: “Cinco razones por las que el iPhone es un teléfono diferente”.

En el cuerpo de la noticia encontramos aun más alardes,

“El iPhone no es un móvil cualquiera”, “el iPhone conquista a cualquiera que lo tenga en las manos”, “Recibir un SMS en un iPhone 3G es una experiencia totalmente diferente a recibirlo en cualquier otro terminal”.

Ni la misma empresa Apple hubiera vendido mejor su producto.

Lo más curioso es llegar al final de la noticia y encontrarnos la siguiente encuesta: ¿Te comprarás el nuevo iPhone?

En El Informador, un diario mexicano, van más allá: “iPhone, el teléfono más deseado del mundo”.

No sé si habrán llevado a cabo una encuesta mundial para hacer tal afirmación, pero en todo caso la variable deseo resulta poco concreta y difícil de cuantificar.

La página de Radio Televisión Española, en su apartado de información,dedica también un apartado a iPhone: “Ansiosos por ser los primeros en comprar el iPhone

Algunas frases del cuerpo de la noticia justifican esta fiebre por la compra del teléfono móvil,

“20 horas de espera ante las puertas de la tienda de Telefónica en Madrid, no son nada si consiguen hacerse con el preciado teléfono multimedia de última generación famoso por su diseño y prestaciones.”

“Dicen, los que esperan, que hay buen ambiente en la cola y que merece la pena acampar toda una noche a la intemperie en plena Gran Vía madrileña.”

El diario argentino La Nación, por su parte, elabora el siguiente titular: “El nuevo iPhone ya causa furor en el mundo entero”

Solo he citado algunos ejemplos pero la lista es realmente larga.

Detrás de todo este montaje mediático en el que Apple y los medios de comunicación van agarrados de la mano, hay un volumen de negocio más que sustancioso.

La empresa de telefonía mexicana Telcel, espera colocar en el mercado alrededor de 450 mil equipos iPhone en los próximos meses. Los expertos hablan que las ventas podrían superar los miles de millones de dólares en sólo unos días.

César Alierta, Presidente de Telefónica, inauguró el martes una megatienda en la Gran Vía madrileña con el objetivo de maximizar aun más los beneficios de la empresa española.

Se calcula que se están vendiendo unos 20mil iPhone diarios. Tras su lanzamiento en EEUU, la compañía Apple ya anunció unos beneficios récord después de vender 1millón de teléfonos móviles en apenas 3 meses desde la salida del producto al mercado. La empresa ganó un 67% más que en el mismo período del año anterior. Los analistas aseguran que durante este año se venderán cerca de 10’5 millones de aparatos en todo el mundo, todo un récord de ventas para la compañía.

Resultaría impensable tal volumen de negocio sin el apoyo y la promoción de los medios de comunicación. Fenómenos como este evidencian que el periodismo se encuentra a la deriva,descaradamente vendido al capital privado y convertido en un negocio más, sin ética profesional ni dignidad alguna.



Oriol Sabata. Miembro Fundador de la ACSCE-L (Asociación de Cooperación Social y Científica del Ecuador- Latinoamérica) y editor de LibreRed (www.librered.net).



Fidel Castro. Reflexiones